Tener hijos es una experiencia de aprendizaje constante. Ahora que soy madre, puedo entender a la perfección todo lo que la mía pasó para cuidarme y verme crecer feliz.
*En víspera del 10 de mayo, una mamá escribió el blog post de Nap. Desde su experiencia nos cuenta cómo cambió la forma de ver a su madre una vez que ella asumió ese papel.
Cuando eres pequeño ves a tu mamá como una súper heroína: ella es capaz de todo, resuelve problemas sin importar la naturaleza de los mismos; te ayuda con cualquier complicación; tiene remedios para todos los males y, siempre, una sonrisa mágica que cura gripas, raspones y enfermedades del corazón. Pero como niños no nos damos cuenta del trabajo que implica ser mamá. Es más, de pequeña imaginaba que mientras yo iba a la escuela, mi mamá, que no trabajaba en una oficina y se quedaba en casa, se la pasaba viendo la tele.
Luego, en la adolescencia, casi todos los jóvenes atraviesan una etapa de retar a la autoridad, y quién es esa autoridad sino mamá. Pareciera que viven sintonías aparte, como si de repente entre la madre e hija, se hubiera construido un muro. No siempre es así, hay casos donde las rencillas en casa son menores, pero para muchos, mamá deja de ser una amiga y confidente y se convierte en una adversaria ruda.
El tiempo es muy sabio y los adolescentes crecen para convertirse en adultos y es entonces cuando nos damos cuenta de que éramos nosotros los equivocados y que sí, mamá siempre tuvo la razón.
Soy madre, pero sigo aprendiendo
Sin duda, una experiencia reveladora para mí fue ser mamá. Por más preparada que te sientas, por más que hayas leído y te hayan pasado todos los tips habidos y por haber, te enfrentas a algo completamente nuevo. Vas descubriendo cosas de tu bebé todos los días y te sientes muy asustada: de ti depende por completo ese ser pequeño e indefenso.
¿A quién acudir con todas las preguntas, temores, dudas, inquietudes, necesidades ? ¡A mamá! Qué mejor voz de la experiencia, quién podría tener mejores consejos, quién sino la persona que nos cuidó y sacó adelante. Cuando somos primerizas, el teléfono de nuestras mamás no para de sonar. “Mamá… ¿es normal que duerma tanto?”, “¿cómo preparo la papilla?”, “mamá, el bebé se cayó, ¿qué hago?”, “¿cómo se cura una gripa?”, “¿qué se te ocurre para que ya no llore?”.
Incluso buscamos más su cercanía. De ser posible nos la pasamos en su casa o le pedimos a ellas que vengan a la nuestra. Yo no fui capaz de bañar a mi bebé por primera vez, tuvo que ayudarme mi mamá.
El poder curativo
Muchas veces pensé que mamá tenía poderes. Hoy sé que esa magia que yo recordaba no es algo que surja de repente, como una chispa que nace igual que el bebé: es resultado del trabajo demandante de ser mamá. Es una labor de 24 horas, los siete días de la semana. Implica no dormir, estar atenta al cien por ciento, entregarte de lleno para ver feliz a alguien más.
Ahora que soy mamá me he dado cuenta de que, claro, lo más importante es la felicidad y bienestar de nuestros hijos, pero para lograrlo hay que dar más de lo que te creías capaz. Es encontrar una fuerza en tu interior que no sabías que tenías.
Por eso, cada que tengo la oportunidad, cada que atravieso una crisis con mi hijo y salimos adelante, pienso en mi madre. Cada logro, como cuando mi hijo aprendió a caminar, pudo avisar para ir al baño, durmió de corrido una noche completa, cada que tengo un descanso, pienso en ella y le mando un mensaje o le llamo por teléfono, solo para decirle: ¡Gracias mamá! Porque ahora sé cuán difícil es y que, de no haber sido por ella, yo no podría estar contando esto.
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