Hasta hace poco, para mí, el papel tapiz tenía una connotación de tiempos antiguos. El que escogió mi abuela era uno verdoso-café que nos causaba un miedo terrible. Lo que ella consideraba “geométrico” se nos parecía a unos ojos bizcos que nos recriminaban mientras desordenábamos su cama. Todos sabían que esa era la verdadera razón por la cual preferíamos jugar en el minúsculo cuartito de la lavandería en lugar de la amplia recámara de los abuelos. Desde aquellas épocas remotas cuando tenía 8 años (a más de 2 décadas atrás), el papel tapiz como elemento de decoración simplemente no tenía valor. Más bien tenía un valor negativo. Quien me decía que iba a colocar papel tapiz en sus paredes perdía puntos y entraba automáticamente en una lista de posibles alumnos de una clase de decoración moderna.
No fue sino a dos meses del nacimiento de mi hija que volví a considerar la idea de utilizar papel tapiz en su recámara cuando encontré estas maravillas modernas. Por alguna extraña razón me hacen rememorar el delicioso olor a pastel de plátano que se paseaba por el cuarto de la lavandería mientras jugábamos a las escondidas. ¡Qué bonita época le viene a Camila en un par de añitos!
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